Cien pasos en Torreón y los actos de Di(o)s

Hoy tuve una cita en la agencia Toyota para ir a dejar mi carro porque ya era hora de su servicio de los 110,000 km, afinación, lavado interior y exterior y pues su respectiva manita de gato ¿verdad? Manejé hasta el Boulevard Independencia a dejar el coche y me dieron la noticia que estaría listo hasta el día de mañana por la mañana, así que decidí ir al centro de Torreón para darme unas vueltas, matar el tiempo, comer y al final, regresarme a mi casa en transporte público. 
Era un plan sencillo, redondo y fácil. Sin complicaciones.

Aunque no calculé bien y diez minutos después de estar caminando para encontrar un taxi, empecé a sufrir los síntomas del lagunero asoleado. El sol quemaba en la piel como ácido y mi gorra estaba empapada de sudor por tanto caminar (sólo había caminado un par de cuadras por el Blvd); afortunadamente encontré un taxi y me llevó a la Plaza de Armas.

Llegué y me senté en un puesto de boleado, estuve conversando con el Güero (así me dijo que lo llamara) y sobre su trayectoria como bolero torreonita desde sus inicios, hasta lugares donde estuvo boleando, a quienes boleó y me dio consejos sobre como hacer una buena salsa de aguacate y otra de cacahuate. 
Fue una conversación agradable pero luego llegó un momento donde ya sólo te encuentras asintiendo con la cabeza debido a que ya no tienes nada que decir y así fue. Me terminó de hacer el boleado presidencial en mis botas y partí directamente hacia el Museo Arocena.

Entré y me sentí aliviado, el aire fresco corría por todo el edificio y rápidamente lo acalorado que tenía en el pecho y en mis mejillas, se fue. 
Vi una exposición llamada Actos de Dios, un cortometraje donde hablan sobre los eventos más significativos en la vida de Jesús pero están contados de una forma anacrónica y sin orden cronológico, transformando sutilmente el significado de cada una de ellas ya que el cortometraje se está reproduciendo en tres pantallas pero a tiempos distintos. 
Lo que realmente me transmitió esta exposición evocó confusión, intriga y curiosidad en mi, y lo agradezco.
Fue una obra muy bonita y logró entretenerme una buena media hora.
Salí de ahí y me dirigí al anexo del museo donde había un pequeño memorial sobre la masacre de 303 chinos en 1911 durante la toma de Torreón por parte de los maderistas. Fue un memorial significativo y un gran perdón hacia la comunidad china por parte de los mexicanos que realmente nos sentimos apenados por este terrible suceso.

Fui al café Sinfonía, ubicado cerca del Teatro Nazas y estuve ahí alrededor de una hora como máximo, escuchando conversaciones sin querer de un trío de estudiantes de medicina con una percepción de la realidad bastante distorsionada de lo que realmente es.

Terminé mi café y caminé hasta encontrar la parada del mítico camión rojo Chapala que me llevaría a mi destino. Subí y pagué doce pesos de pasaje y afortunadamente no estaba tan lleno, así que encontré un lugar y me senté durante todo el viaje.
Para los cinco minutos sentado ahí, mi humor empezaba a decaer drásticamente ya que el olor del interior del camión, las personas, el calor entrando por las ventanas y con un sol infernal, me encontraba genuinamente fastidiado y harto.

Me encontraba despotricando mentalmente contra el transporte público y sus unidades setenteras que nunca han sido reemplazadas por algo más moderno y cómodo; todos los asientos rotos, las ventanas parecen que están selladas al vacío y no se pueden abrir, fue una experiencia que tenía años sin experimentar y que deseo no volver a repetir nunca más.

Bajé del camión y ,tengo que admitir que, de cien pasos que daba cuando recorrí el centro de Torreón y algunos lugares viejos para mi, cada diez pasos me acordaba de ti. 
Y sonreí, caminé y llegué a mi casa.

La moraleja de hoy es que, disfruten lo que vayan a hacer, así como sea tomarse un café en una cafetería del centro o como intentar conversar con un boleador melómano de la Plaza de Armas.
Llévense sus audífonos y siempre pónganse listos cuando están caminando por una calle solitaria, nunca sabrás cuantos loquitos del centro te van a voltear a ver con intenciones maliciosas. 

Nunca había escrito una entrada a forma de diario, y no pretendo que sea así en un futuro. 
Pero una anécdota de vez en cuando nunca está de más.

Pónganse bloqueador, tomen agua y si van a usar el transporte público, lleven calzado cómodo y tengan listo su cambio en la mano.

Truchas todos.
Y vayan al Arocena a ver Actos de Dios, se los recomiendo ampliamente.

-Sam


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